Esta semana he participado como asistente y ponente en una conferencia internacional titulada “POLÍTICA REPRODUCTIVA, DERECHOS Y DESEOS”, auspiciada por la Universidad de Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, AFIN Research Group y Grup de recerca en Génere, Identitat y Dirversitat (GENI).
Una gran parte del programa estuvo dedicada al arrendamiento de mujeres como vientres de alquiler. Todas las ponentes de la mesa estuvieron a favor de esta práctica y no hubo debate sobre cuestiones como la pobreza y la desigualdad de las que se ven en la necesidad de alquilarse, las “granjas de mujeres” en países como India y las múltiples cuestiones éticas y sociales en torno a este problema. La jurista Esther Farnós llamó al alquiler de mujeres “una técnica de reproducción asistida”. También se definió la concepción, gestación y parto de un niño como “trabajo reproductivo” (Beatriz San Román, Centro AFIN, Universidad Autónoma de Barcelona). La gestación y nacimiento de bebés para otros se llamó tan machaconamente “técnica” que me sentí como si, en lugar de en un foro académico, me encontrase en una feria de automoción y me estuvieran vendiendo la marca comercial de un nuevo modelo de coche.
Mirando a las jóvenes que componían la audiencia, la mayoría doctorandas con aspecto de quedarles aún muchos años para ser madres, me estremecí al pensar que alguien pudiera dejar en sus jóvenes e intelectuales cerebros la idea de que concebir, gestar y parir son “una técnica” o un “trabajo” reproductivo. Por contra, la parte que realizan los compradores, la crianza, se nos sirvió bien aderezada de humanismo: afecto, ternura, deseo, proyecto, ilusión, amor… ¡Qué contraste! Las mujeres que gestan y paren desposeídas de las características más bellas de lo humano al tiempo que los compradores—criadores aparecen adornados de todas ellas. Simultáneamente, se criticaba cómo la maternidad biológica estaba muy “idealizada”, cuando, según las ponentes, no es más que «una construcción social». Yo creo que un término como “construcción social” cabe más predicarlo de conceptos como “contrato”, “técnica reproductiva” o “trabajo reproductivo”.
Pero en esa mesa todo era el mundo del revés. Silvina Monteros, de la Universidad de Granada, aludió a “la libertad” de la mujer que decide alquilar su vientre como justificación para aprobar moralmente esta práctica y legitimarla jurídicamente, acusando al movimiento feminista, del que hablaba como si ella misma no perteneciese o debiera pertenecer a él, de ignorar el consentimiento de la mujer como factor legitimador.
A la cuestión de por qué las mujeres ricas no se prestan a gestar y parir hijos para otros, o no se respondió o se respondió con razonamientos como por ejemplo este, a cargo de Nancy Konvalinka, antropóloga de la UNED: “en California hay mujeres que se prestan a gestar para españoles, y la gente en California es más rica que en España” ergo no es cierto que el alquiler de mujeres tenga que ver con la pobreza y la desigualdad. De las mujeres de la India, de las mujeres del Este o de las pobres de California parece que no se acordó. Añadió también que es muy fácil criticar a quien está dispuesto a pagar por un órgano cuando no se está en situación de necesitar un trasplante. Yo le respondería que es muy fácil defender la compraventa de órganos o el uso de mujeres para la gestación o la prostitución cuando no se está en la necesidad de venderse y no es el propio cuerpo, la propia libertad, y la propia salud la que se exponen. Y, sobre todo, le diría que ser padre o madre no es una necesidad vital y que un niño no es un riñón. Pero, claro, yo no soy socióloga constructivista y no he entiendo bien las cosas. Mi experiencia de haber gestado y parido tres hijos “personalmente” (ahora hay que aclararlo porque lo personal, corporal y físico son especies en extinción) ni se me ocurre mencionarla como fuente de conocimiento de algún tipo, aunque sea casuístico. Porque la casuística sí vale, pero solo si consiste en entrevistar a 3 parejas de madres lesbianas o en una “investigación” que mencionó San Román sobre 30 clientes de una agencia de alquiler. Creo que habría sido oportuno entrevistar a 30 madres de alquiler e indagar en su situación personal y social y en su experiencia. Si es que es posible que una mujer pobre de la India, quizás forzada por su entorno o por la necesidad, pudiese hablar sobre libremente sobre ello.
Otro argumento repetido durante la conferencia fue que el cuestionamiento del uso de mujeres como vientres de alquiler es lo viejo y esto que ellas defienden, ideas de futuro que inexorablemente triunfarán porque la sociedad “avanza”. ¡Claro, por eso ahora tenemos a Trump de presidente de EEUU, y a tantos países de Europa reaccionando hacia el recorte de libertades y derechos! Porque la sociedad avanza, siempre mejorando.
Alegaron también que las críticas a la legalización vienen principalmente del feminismo “institucional” (y rancio). ¡Como si las ideas fueran buenas o malas en razón de si surgen en instituciones o no! Criticaban así a las firmantes del manifiesto “No somos vasijas”, cuando son intelectuales independientes, miembros de la sociedad civil y, por supuesto, académicas “institucionales” exactamente igual que las ponentes (Universidad de Granada, Universidad de Barcelona, Universidad Pompeu Fabra…). Acabo de enterarme de que la corriente feminista a la que pertenezco es la “institucional” por el hecho de que no creo que gestar y parir sean una técnica de reproducción asistida y alquilar mujeres me parezca una forma de explotación ejecutada mayoritariamente por los más ricos a costa de las más pobres.
San Román achacó al «discurso médico normalizador» la resistencia a la liberalización del uso de mujeres para gestar y parir. Criticó la medicalización de los procesos sexuales y reproductivos de las mujeres, que son tratadas como simples «cuerpos» porque su consentimiento a prestarse a esta «técnica reproductiva» no es tenido en cuenta. Desde hace 15 años trabajo en favor de la autonomía de las mujeres en la toma de decisiones sobre su salud y en contra de la medicalización y patologización de los procesos naturales de las mujeres (embarazo, parto, menopausia…). Pero resulta que un gran número de los nacimientos de madres alquiladas se producen por cesárea, sobre todo en la India, en donde las gestantes son de usar y tirar. He visto los ojos de esas mujeres mientras el cirujano extraía al bebé tironeando del vientre abierto como si detrás del paño verde no existiera una persona. Tristísimos, eran los ojos que tendría una víctima de abuso que se disocia imaginando estar en otro lugar mientras ocurre.
Un presupuesto básico del consentimiento (o rechazo) a las intervenciones sobre el cuerpo es la libertad de negarse y cambiar de opinión en cualquier momento. Pero cuando hay condicionamientos económicos, pobreza y desigualdad ¿Se es realmente libre? Y en ese tipo de contratos, por supuesto, las mujeres no pueden echarse atrás y recuperar a sus hijos. Aquí los únicos que son libres e iguales son los compradores de bebés, que pueden gastar su dinero como quieran y utilizar a cualquiera para sus propios fines.
También me llamó la atención que, al tiempo que se privaba de valor y no se rebatía con verdaderos argumentos la crítica al uso de mujeres como vientres de alquiler realizada por personas expertas y pertenecientes a la academia, en particular a la filosofía y la ética, se concedió un altísimo valor a la opinión del público en general vertida en unas encuestas… ¡De Australia! Si, como lo oís: para justificar esta práctica se nos presentaron los resultados de una encuesta según la cual la opinión pública de Australia había evolucionado de un rechazo amplio hacia posiciones tolerantes o favorables. Siguiendo esa línea, en lugar de las ponentes, provenientes de la sociología constructivista, la antropología o el Derecho, ¿No tendrían que haberse sentado en la mesa representantes de «la opinión pública española» como por ejemplo mi vecina Concha o mi tía Catalina? De todas formas a ellas no les parecería aceptable usar a las mujeres como vientres de alquiler y quedarse con sus hijos por la simple razón de que han gestado, han parido y han amamantado. Estoy segura de que jamás responderían que prostituirse o dejarse embarazar para entregar a los niños después son “una técnica” o un trabajo como otro cualquiera.
No, no creo que nadie que sepa realmente lo que es gestar un hijo y dar a luz diga que es perfectamente normal, incluso bueno y altruista entregar a tus hijos a un desconocido y no volverlos a ver jamás. Sí, yo también he visto anuncios en los que señoras muy rubias y muy de California se presentan deseosas de gestar y parir para otros altruistamente. Pero, al margen de que haya gente para todo y eso esté muy bien, la excepción no puede pintarse como la regla e ignorar el tráfico de niños en Ucrania, Georgia, India… Y tampoco en la mismísima California me creo que muchas mujeres en una buena situación económica y psicosocial estén dispuestas a pasar por los riesgos del embarazo y el parto y el vínculo emocional que se genera (si todo va bien) con el bebé para luego entregarlo a unos desconocidos. Muy simpáticos, eso sí.
Creo también que la explotación sexual de las mujeres y la mercantilización de la vida no solo no son buenas ideas sino que no son nada modernas:
“obliga a las mujeres a tener hijos que luego no pueden permitirse criar, o hijos que luego les robarás para tus intereses personales; niños robados, un motivo cuyo uso generalizado se remonta a tiempos lejanos.” Introducción de El Cuento de la Criada, de Margaret Atwood.
Argumentos como el de que están mejor así porque al menos ganan algo se han utilizado a lo largo de la historia para justificar cualquier forma de explotación. Desde la legalización de la prostitución hasta la explotación laboral y la contaminación industrial en los países del tercer mundo, siempre los ricos decimos que “mejor así que nada”, y nos quedamos tan anchos. No podría venir más al caso otra cita del estupendo libro de Margaret Atwood sobre las mujeres que justifican la explotación de otras mujeres:
“Algunas de las Tías que ejercen el control son verdaderas creyentes y consideran que hacen un favor a las Criadas: al menos no las han mandado a limpiar residuos tóxicos; al menos en este nuevo mundo feliz, no las viola nadie, o no exactamente, o por lo menos quien las viola no es un desconocido”.
En cuanto a la legalización, Esther Farnós presentó el hecho de que algunos jueces hubieran permitido la inscripción de los niños como si fueran hijos de los compradores como un paso hacia su liberalización, enfatizando que, así, se actúa “en interés del menor”. Pero detrás de la autorización de algunas inscripciones no hay una jurisprudencia que reconozca que la práctica de alquilar mujeres para gestar y parir hijos que luego van a ser entregados a otros va “en interés del menor”. Lo que va en interés del menor es permanecer junto a su madre, pero a falta de esto, y siendo una situación consumada e impuesta por quienes mercantilizan la vida, supongo que algunos jueces han pensado que más vale no añadirles más dificultades, aunque solo sea en lo que respecta a su vida administrativa y civil.
Estas son mis impresiones sobre las ponencias de la mesa, en la que en mi opinión se sustituyó el debate intelectual propio de un foro universitario por un discurso mercantil y neoliberal en el que se intentaba convertir deseos en derechos (y que se los pague quien pueda).