Desde hace mucho tiempo vengo denunciando, como abogada y como activista, que el excesivo intervencionismo médico está detrás de muchas de las negligencias y secuelas de los partos medicalizados. Los procesos fisiológicos del embarazo y el parto, cuando discurren normalmente, no deberían verse alterados con intervenciones desmesuradas producto de las prisas, los horarios o los días de fiesta. La mayoría de los casos que llevo incluyen esos componentes. Sin embargo, el que analizamos hoy es diferente, pues se desoyó y privó de atención médica a una mujer que realmente necesitaba ayuda, con el resultado de la pérdida de su bebé.
Resumen del caso
Silvia y Eduardo esperaban su primer hijo. Emoción, nervios, ilusión, inexperiencia… Un batiburrillo de emociones que muchos conocemos de primera mano. Estaban disfrutando de las últimas semanas antes de recibir a su bebé cuando Silvia se sintió mal. Empezó como un dolor agudo en la parte baja de la espalda que fue intensificándose. Al cabo de un rato, aparecieron las contracciones, cada 5 minutos. Estaba de 34 semanas y, asustada y dolorida, acudió a Urgencias del Hospital de madrugada.
Allí le explicaron que lo más probable es que fuera un cólico nefrítico, un dolor intenso y por oleadas que puede asemejarse a las contracciones de parto. Le dieron un calmante y la enviaron a casa. No hubo analítica de sangre que explicara su palidez ni una ecografía para comprobar si todo estaba bien ni tampoco un registro de monitorización fetal.
Una hora y media más tarde, Silvia y Eduardo volvieron a Urgencias. El dolor había ido a peor. De nuevo, más analgesia y para casa. Sin más estudios.
Al día siguiente, sobre las seis de la tarde, volvió el dolor intenso. Silvia pidió a Eduardo que llamara a una ambulancia y al levantarse de la cama se dio cuenta de que había una gran hemorragia. Cuando llegaron al hospital comarcal un hemograma confirmó la anemia y la coagulopatía, y entonces sí se sospechó del desprendimiento de placenta. Trasladaron a Silvia al Hospital provincial donde rápidamente la llevaron a quirófano para hacerle una cesárea de urgencia. Pero fue demasiado tarde. El bebé de Silvia y Eduardo había fallecido en el vientre de su madre por un desprendimiento de placenta. Se trata de una complicación grave del embarazo que requiere de una intervención urgente y que en una gestación de 34 semanas habría podido tener un resultado completamente distinto. Algo que no sucedió por la falta de interés con la que la atendieron en su primera visita a urgencias.
La demora supuso también para Silvia un shock hipovolémico secundario por hemorragia masiva, implicó una intubación, trasfusiones e ingreso hospitalario.
No nos dieron ni una sola oportunidad, nos trataron con indiferencia, soberbia, sin ninguna empatía, sin escuchar en ningún momento a unos “padres primerizos asustados”, ignorancia y una grandísima incompetencia.
Silvia fue diagnosticada con una depresión y tanto ella como Eduardo necesitaron tratamiento psicológico como consecuencia de todo lo vivido. En palabras del perito médico:
Lo que resulta realmente inexplicable es que no se le realice ninguna exploración obstétrica, como es una ecografía y un cardiotocograma. Ni siquiera se le ausculta el latido fetal.
La sentencia consideró probada la mala praxis médica y estableció una indemnización para los padres por la pérdida de su hijo.
Puede descargarse un resumen de la sentencia aquí:
Francisca Fernández Guillén es abogada especializada en salud sexual y reproductiva y negligencias médicas en el parto y miembro del Observatorio de la Violencia Obstétrica.