En estos meses de pandemia llegó a mis manos un libro muy recomendable, “La mujer invisible” de Caroline Criado Perez. Se trata de una revisión de cómo el sesgo de género impacta negativamente en la vida de las mujeres y, a través de nosotras, en toda la sociedad.
Escrito con datos, muchos, pero también con humor, el libro repasa aspectos tan diversos como la brecha salarial, el transporte público, el diseño de software de reconocimiento de voz de Google, o la atención médica, entre otros muchos temas. Y nos muestra cómo podrían ser las cosas si las políticas públicas tuvieran en cuenta una realidad que parecen ignorar: las mujeres somos la mitad de la población. Parece una obviedad, ¿cierto? Pues no lo es.
En medicina, por ejemplo, la mujer es el “otro”. Lo normal es ser hombre. Los medicamentos se prueban en estudios realizados con varones, porque tener en cuenta la variabilidad hormonal de las mujeres los haría excesivamente complejos y caros. Pero, como bien señala la autora “la vida real no es un estudio y en la vida real esas molestas hormonas tendrán un impacto en los resultados.” O lo que es lo mismo, en nuestras vidas. Y somos la mitad de la humanidad.
Así que el libro hace que me pregunte ¿es que acaso no se van a prescribir esos medicamentos a las mujeres? Es exasperante que incluso para llevar a cabo estudios sobre medicamentos que se van a utilizar en enfermedades de prevalencia femenina se escojan sujetos masculinos.
No es casualidad que, a pesar de afectar a un 90% de las mujeres, el dolor menstrual no se haya estudiado lo suficiente. Un estudio de 2013 sobre una presentación del citrato de sildenafilo (nombre médico de la Viagra) de administración vaginal que, en sus primeras fases, arrojó un resultado primario de alivio total del dolor menstrual durante cuatro horas y sin efectos adversos no pudo completarse por falta de apoyos económicos a su investigación. ¿Quizá porque la viabilidad comercial del medicamento ya estaba asegurada por sus efectos en las erecciones masculinas? ¿Por qué importan más esas erecciones que el dolor menstrual?
El sesgo de género en medicina es relevante porque afecta profundamente a nuestra calidad de vida. Por ejemplo, disminuye nuestras posibilidades de sobrevivir a un infarto. Y no menos importante, es relevante si hablamos en términos de igualdad de derechos. La autora reflexiona sobre ello y nos dice que no podemos vivir de espaldas a la desigualdad real, que no basta con afirmar que los hombres y las mujeres somos iguales en derechos, sino que hay que hacer efectiva esa aspiración y revisar la situación actual para achicar, y finalmente eliminar, la brecha que aún hoy separa a hombres y mujeres.
La autora cita entre sus ejemplos el uso de oxitocina sintética en la atención al parto e indica cómo podría mejorarse su efectividad. Si bien esta hormona sintética es necesaria en algunos casos para detener hemorragias en el postparto, el uso que se hace durante el parto no está tan justificado. El abuso de la oxitocina sintética para estimular las contracciones durante la dilatación obedece muchas veces al deseo de los asistentes de terminar el parto rápido. Esto puede sonar bien si no fuera porque puede conducir a resultados desastrosos para la madre o el bebé. El hecho, como ella expone, de que se pueda mejorar su efectividad administrando bicarbonato no debe hacernos perder de vista que sólo debe administrarse cuando hay una indicación médica válida. En realidad, las mujeres segregamos oxitocina de forma natural y esa hormona no tiene los riesgos de la sintética. Pero para hacerlo necesitamos un entorno adecuado, algo que, con demasiada frecuencia, falta en el parto hospitalario. Esto es lo que, en primer lugar, habría que mejorar para lograr que una dilatación progrese adecuadamente.
En cuanto al ámbito político, la autora destaca que la mayoría de las políticas públicas se deciden desde órganos en los que la representación femenina es minoritaria, por lo que no se tienen en cuenta nuestras vivencias ni las particularidades asociadas a nuestro género. Para ilustrarlo, haré referencia a un capítulo que me llamó especialmente la atención: el que le dedica al diseño del transporte urbano, y cómo un cambio en la organización de las líneas de autobuses tiene un impacto directo en la vida de sus habitantes. Si tenemos en cuenta que las mujeres son las que habitualmente asumimos el cuidado de menores y mayores, y por tanto, hacemos más de un desplazamiento al día, observamos que las líneas radiales (de los barrios periféricos al centro) son claramente insuficientes. Estas pueden ser útiles para los trabajadores, pero no para quien tiene que realizar pequeños desplazamientos en la ciudad varias veces al día.
Mi activismo es reciente. Aunque soy miembro del Observatorio de la Violencia Obstétrica, he tomado conciencia feminista hace poco. Este libro me ha enseñado que el machismo, entendido como la prevalencia de los derechos del hombre sobre los de la mujer, es algo palpable e imbricado en nuestra realidad y que debemos seguir trabajando para visibilizarlo.
Lo que no se ve no existe.