El control de la medicina sigue estando en manos de hombres

A pesar de la progresiva emancipación de la mujer en el ámbito laboral, en el político y en el de las relaciones sociales, el de la salud sigue siendo resistente al reconocimiento de la plena capacidad de las mujeres para tomar decisiones.

Uno de los factores que dificulta que la situación cambie es que el control de la medicina sigue estando en manos de los hombres, que son los que mayoritariamente ocupan los puestos de poder en las instituciones sanitarias, sea en la investigación, en la Academia o en las Jefaturas de Servicio (Sambola, 2019). El número cada vez mayor de mujeres que ingresa en profesiones sanitarias no significa que hayan recibido una formación libre de prejuicios, ni que las que sí tienen formación en materia de género vayan a acceder inmediatamente a lugares desde los que producir cambios. Como ha declarado la recién nombrada presidenta de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial, la llamada feminización de la medicina no ha dado el salto a los cargos de responsabilidad. Su propia organización es un ejemplo, pues la Comisión anterior estaba formada íntegramente por varones y en la actual hay 3 mujeres frente a 9 de ellos.

Según datos obtenidos del Instituto Nacional de Estadística y elaborados por la Sociedad Española de Directivos de la Salud en 2019, en los 52 colegios de médicos que hay en España sólo hay cinco presidentas. De las 42 sociedades científicas que pertenecen a la Confederación Española de Sociedades Médicas sólo hay 7 presidentas. Entre las 41 facultades de Medicina de España, únicamente hay 7 decanas. En la dirección de los 12 Centros de Investigación Biomédica en Red sólo aparece una mujer. En gerencias de hospitales la presencia femenina es también muy baja; por ejemplo, con datos de 2017, en los 25 hospitales con más camas del Sistema Nacional de Salud sólo hay 5 mujeres gerentes. La lista podría seguir con más ejemplos que desequilibran claramente la balanza a favor de los hombres.

Aquí, tal como describe Caroline Criado-Pérez en su libro «La mujer invisible», la cuestión está en que quien decide y diseña los planes de acción y salud que impactan directamente en la vida de las mujeres son mayoritariamente hombres con una perspectiva sesgada puesto que no se enfrentan a situaciones que viven las mujeres simplemente por el hecho de serlo, por ejemplo, el embarazo y el parto.

Durante el mes de enero de 2019, el Consejo de Colegios Oficiales de Médicos de Castilla y León realizó un estudio demográfico de los médicos de esta comunidad autónoma con el propósito de analizar distintos problemas relacionados con la organización sanitaria de su entorno, entre los que se encuentran la escasez de médicos. El estudio afirmaba que una de las razones de este problema radica en la feminización de la medicina (el 56,3% son médicas) y en el impacto de las bajas y las reducciones de jornada solicitadas durante los periodos de embarazo y lactancia. Blanca Obón-Azuara y otras profesionales de la salud denunciaron que se lanzasen ese tipo de mensajes, que consideraban sexistas. Consideraban que esa conclusión era tendenciosa porque en el propio documento se describía que el 59,9% del total de las médicas tenía edades superiores a 45 años. Para Obón-Azuara, esa declaración era una constatación pública de la existencia de una brecha de género y evidenciaba la persistencia de un sesgo institucional que impide a las mujeres progresar en sus trayectorias profesionales e investigadoras.

Una de las formas más patentes de esta brecha de género se manifiesta en el partenalismo con el que se trata a las mujeres durante el embarazo y el parto

Se dice que una relación clínica es paternalista cuando el profesional asume toda la responsabilidad encarnando la figura del padre protector, y el paciente debe limitarse a seguir fielmente sus indicaciones, sin preguntar y sin dudar (Iraburu, 2005). De las mujeres que acuden a servicios de obstetricia y ginecología no se espera, por lo general, que intervenga en las decisiones, sólo que las acaten. Las mujeres quedan con frecuencia relegadas a la pasividad. Hay que ayudarnos y rescatarnos, pero sin darnos la opción de elegir. A los obstetras se les enseñan técnicas quirúrgicas, uso de medicamentos y tecnología, no a tener en cuenta los valores y prioridades de las personas a las que atienden. Por lo general, no están preparados para asumir sin enfado que una usuaria tenga ideas propias (Colectivo de Mujeres de Boston, 2000, Goer 2008).

En algunos casos, el paternalismo se expresa como una relación de superioridad de los profesionales hacia las mujeres, que las infantilizan:

“el médico utilizaba el diminutivo de mi nombre para llamarme y todo lo acababa en “ito”. Las enfermeras no se presentaron ni me preguntaron mi nombre, pero me llamaban “cariño” y “cielo”. Cuando yo preguntaba por alguna intervención o por el progreso del parto el médico me decía “tranquila, yo sé lo que hago”, y no me respondía. Me infantilizaron, me empequeñecieron. Me sentí como una disminuida psíquica y no como una mujer de 36 años, hecha y derecha”.

Francisca Fernández Guillén © Copyright Francisca Fernández Guillén