Historia de El Parto es Nuestro I

Antes de hablar de El parto es nuestro, quiero hacer un poco de historia sobre los motivos que han impulsado el trabajo de los movimientos por la salud de las mujeres en la atención al parto.

Como reacción a la pérdida de control sobre su salud, un grupo de mujeres, el llamado «Colectivo de Boston» publica en los años 70 el libro «Nuestros cuerpos, nuestras vidas» (Our Bodies, Ourselves en inglés). En esta obra, una de las más influyentes del siglo en EEUU, se denuncia el sesgo de género, los abusos médicos y la falta de conocimientos y control de las mujeres sobre sus cuerpos.

En el ámbito concreto de la obstetricia, el traslado masivo del nacimiento a los hospitales, los avances de la tecnología que tuvieron lugar desde los años 70 y la llamada «dirección activa» o «dirección médica» del parto recrudecieron la deshumanización del nacimiento y la sumisión de las mujeres. La serie de procedimientos que se conoce como «dirección médica del parto» se formalizó y practicó intensamente en el Hospital Maternal Nacional de Dublín (Irlanda) en los años 70. El libro que publicaron los médicos de este hospital, «Active Management of Labor» (Dirección activa del parto), deja claro que se trataba de ahorrar a los ginecólogos las «tediosas horas» de espera hasta que la mujer alcanza la dilatación completa y cambia por completo la «anteriormente caótica» planificación de los recursos humanos.

Era un modelo mecanicista que respondía a los principios de eficacia, rapidez y previsibilidad y en el que todo gira en torno a la figura del ginecólogo y sus intervenciones. La parturienta era un objeto pasivo de la que no se esperaba que diese a luz por sí misma, sino que se limitase a «colaborar», es decir, a estorbar lo menos posible y a obedecer lo que le digan (Fernández del Castillo, 2005; Olza, 2005; Herrera, 2006). Desde el punto de vista técnico, los pilares fundamentales de la dirección activa eran la rotura artificial de membranas y la administración de oxitocina sintética para acelerar el parto. El trabajo de la parturienta según este plan de «eficacia militar» con «rostro humano» es recibir órdenes y no molestar en la sala de partos (Goer, 2013).

La excesiva medicalización de la atención obstétrica trajo consigo un aumento imparable de las tasas de partos instrumentales y cesáreas sin aportar mejoras significativas en la mortalidad materno-fetal y aumentando la morbilidad (número de mujeres y bebés que sufren daños) junto con una pérdida de autonomía, control y libertad de las mujeres casi total.

Desde los años 80, organizaciones como la Plataforma pro derechos del nacimiento, la Clínica Acuario, la organización Nacer en Casa, Naixença, y sobre todo, la asociación de lactancia materna Vía Láctea, de Zaragoza y personas y profesionales independientes venían ofreciendo apoyo de diferente naturaleza a las mujeres para conseguir que sus partos, lactancias y crianzas fuesen respetuosas y gozosas. De entre todas esas organizaciones y personas pioneras quiero destacar a Casilda Rodrigáñez Bustos y Ana Cachafeiro y agradecerles infinitamente su libro “La supresión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente”, que fue una obra absolutamente reveladora e inspiradora para nosotras.

En el año 2003, a partir de una lista de distribución de correo en la que mujeres de todo el mundo compartían sus experiencias de parto y nacimiento, nace la asociación El parto es nuestro. El origen de la asociación fue una lista de correo llamada «Apoyocesáreas» creada en el año 2002 por Ibone Olza Fernández y Meritxel Vila Conesa. En contra de lo que el nombre sugiere, el grupo no apoyaba la proliferación de las cesáreas ni la «libertad de elegir una cesárea», sino únicamente compartir el dolor físico y psicológico que las intervenciones obstétricas les habían traído.

Una de las fundadoras era médica y la otra doctora en ciencias químicas. Llevaban vidas diferentes y vivían en lugares distantes, pero las dos tenían en común algo que en esos momentos estaba marcando su vida más allá de lo que nunca hubieran imaginado: haber pasado por tres operaciones de cirugía mayor abdominal para tener a sus hijos. Enseguida llegaron al foro tres, cuatro, cinco mujeres más que habían realizado búsquedas en Google con la palabra «cesárea», hasta encontrar un lugar en el que no se abordase como una cuestión únicamente clínica o se hablase de la operación como la panacea de la obstetricia moderna. El grupo crecía exponencialmente y las mujeres que compartían sus experiencias se sentían aliviadas y mostraban su agradecimiento por el hecho de que en el foro no se hablara de la cicatriz física de la cesárea como «esa pequeña rayita bajo la línea del bikini», no se dijese que los bebés nacidos por este medio eran «más guapos», y los «expertos» en la cesárea no fuesen médicos varones que nunca habían pasado por una.

Para ellas, se trataba de un lugar en donde compartir la experiencia íntima de pasar por una cesárea o un parto traumático en cualquier versión con otras mujeres. Porque nuestra sociedad banalizaba y banaliza las cirugías que se practican en el parto, porque la herida física y emocional de una cesárea o parto traumático es poco conocida para los profesionales de la salud. En las conversaciones del grupo las participantes mostraban el temor que habían sentido a ser tachadas de «egoístas» o «mimadas» por mostrar su pesar ante el resultado del parto, la culpabilidad de no haber sentido de inmediato esa alegría indescriptible y esa atracción irresistible que según el patrón cultural dominante debía sentir toda madre al ver a su hijo por primera vez. Después de un parto largo o abrupto, difícil o inducido y vivido con temor por la propia vida o la del bebé o haber sido separada de él, muchas madres dijeron sentirse enajenadas y «poco maternales».

Los testimonios recopilados en el foro Apoyocesareas y posteriormente por la asociación a la que dio lugar, El Parto es Nuestro, relatan la infinidad de sentimientos y culpabilidades que rodean un nacimiento traumático. Llama la atención lo desconocido que era entonces en España el Síndrome de estrés postraumático post parto, una patología similar a la que sufre un soldado en la guerra y que entonces no era generalmente reconocida en nuestro país como posible secuela de las intervenciones obstétricas en el curso del parto.

Aquel foro fue creciendo y creciendo y dio lugar, como dijimos antes, a la asociación de usuarias de atención materno infantil El parto es nuestro, constituida en el año 2004. Los primeros trabajos de esta organización consistieron en reunir un ingente número de artículos científicos e historias de mujeres en torno al embarazo, el parto y el nacimiento, difundir las buenas prácticas, elaborar los aspectos jurídicos de la atención, visibilizar los problemas y convocar a profesionales de la salud e instituciones como el Ministerio de Sanidad para buscar soluciones.

Entre las consultas más frecuentes estaban, por ejemplo: «¿Qué puedo hacer para que no se lleven a mi hijo tras el nacimiento?», «La otra vez echaban a mi marido del paritorio cada dos por tres por cualquier motivo ¿puedo exigir que me acompañe en todo momento?» «No quiero que me pongan oxitocina de rutina, pero en el hospital me han dicho que eso lo deciden los médicos y que es el protocolo ¿puedo negarme?»; o «Quiero pensarme lo de la inducción, me da miedo, el médico se enfada conmigo si se lo digo y dice que “él sabe lo que hace”», «En el hospital me han dicho que, si no quiero que me hagan la episiotomía o me rompan la bolsa, que firme el alta voluntaria porque no me atienden», o «En mi anterior parto me hicieron tactos muchas estudiantes de matrona o de gine, no lo sé exactamente porque no se presentaron ¿Puedo negarme?», «He presentado un plan de parto y en el hospital se niegan a aceptarlo ¿Pueden hacerlo?»

Desde entonces he defendido a mujeres a las que se ha operado de cesárea sin anestesia, a las que se ha ocultado por razones ideológicas que el hijo que esperaban padecía malformaciones graves para impedirles interrumpir el embarazo (Hospital da Costa Burela, Lugo), que han perdido su útero tras ser enviadas a 600 kilómetros de su Comunidad Autónoma para hacer la interrupción en una clínica privada mal dotada porque el Servicio de Salud correspondiente (en concreto, el Servicio Gallego de Salud y el Servicio Murciano de Salud) no está dispuesto a cumplir con lo dispuesto en la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

Especialmente dramático fue el caso de Nancy, inmigrante sudamericana, madre soltera, empleada de hogar, que fue a dar a luz a su primera hija al Hospital Clínico de Barcelona, acompañada únicamente por su compañera de habitación. Su indefensión la convertía en candidata ideal para la práctica «docente» de fórceps. Cuatro estudiantes intentaron extraer a la niña con el instrumento mientras la tutora les dirigía: «Así no, que le podés romper la cabeza» (cita literal del testimonio de la testigo obrante en las Diligencias Previas seguidas en el Juzgado de Instrucción nº 12 de Barcelona). Y se la rompieron. Por supuesto, nadie dijo a esta joven madre cuáles eran la indicación, los beneficios, las alternativas y los posibles riesgos del uso de instrumentos ni se pidió su consentimiento. No se le pidió permiso para que utilizaran estos instrumentos estudiantes y residentes sin la pericia y formación suficientes.

Por su generalización, brutalidad y lesividad, la episiotomía (cortar la piel y músculos que rodean la vagina para agrandar el canal del parto y acelerar la salida del bebé) merece especial atención entre las malas prácticas obstétricas. Hace 30 años que la ciencia ha constatado que no ayuda al bebé ni evita desgarros. Todo lo contrario, los desgarros más graves son consecuencia de extensiones de la episiotomía desde la vagina hasta el ano. Entre sus posibles consecuencias están el dolor en las relaciones sexuales o la incontinencia urinaria, fecal y/o de gases. Según Mardsen Wagner, anterior Director del Departamento de Salud Materno-Infantil de la OMS «realizar demasiadas episiotomías ha sido correctamente etiquetado como una forma de mutilación genital en la mujer. El índice de episiotomías del 89 % en España constituye un escándalo y una tragedia» (Wagner, 2000). Desde que Wagner hizo esta declaración las tasas han disminuido mucho, a pesar de lo cual la media actual del 42% en el Sistema Nacional de Salud sigue siendo calamitosa.

Continuará… En un próximo artículo contaré cómo construimos un activismo que inspiró y sigue inspirando a organizaciones de todo el mundo y qué hicimos para lograr nuestros objetivos. Para ver la segunda parte pincha aquí.

Francisca Fernández Guillén es abogada especializada en salud sexual y reproductiva y negligencias médicas en el parto y socia fundadora de las organizaciones El Parto es Nuestro y el Observatorio de Violencia Obstétrica